Sábado 15 de noviembre de 2008

 Educación
 La Universidad, una meta posible

  

Historias de jóvenes de bajos recursos que con mucho esfuerzo y algo de ayuda lograron seguir estudiando después del secundario.

Los jóvenes que pertenecen a un hogar con bajos recursos tienen una posibilidad tres veces menor de acceder a una carrera universitaria o terciaria que los jóvenes con mayores recursos, sostiene Norberto Crovetto, director nacional de Inversión Pública, en un análisis sobre la educación superior.

Sin embargo, hay quienes a pesar de las dificultades y gracias a su esfuerzo personal lograron continuar con sus estudios después de finalizar la escuela secundaria. En medio de las adversidades, enfrentan nuevos desafíos y se animan a más.

Es el caso de Carlos Leguizamón, que oyó una frase y la grabó para siempre en su memoria: "Vos estudiá, que eso en un futuro te va a servir. No seas como yo". Eso fue lo que le dijeron más de una vez en la Villa 31, donde vive actualmente junto a su madre, su hermana menor y su padrastro. La Fundación Grupo San Felipe le permitió poner en práctica este valioso consejo y, a principios de año, ingresó en la Cruz Roja para convertirse en técnico de laboratorio.

A los 19 años se define como "observador y curioso". Cuenta que logró conocer mejor sus habilidades en el test de orientación vocacional realizado por los voluntarios del Grupo San Felipe. La fundación trabaja con jóvenes de la Villa 31 y de Añatuya, Santiago del Estero. Angeles Kennedy, coordinadora de esta actividad y licenciada en Psicopedagogía, explica: "Luego de este proceso, se selecciona a algunos alumnos para otorgarles una beca en función de su elección vocacional y ocupacional".

Carlos tuvo suerte y fue uno de ellos. Hoy, la beca le asegura material de estudio, viáticos, comida, gastos personales y clases de apoyo, e incluye el acompañamiento personalizado de un tutor para favorecer la adaptación a la vida universitaria.

"Creo que me abrió camino, porque donde yo estoy, casi todas las puertas se cierran. La fundación me dio la posibilidad de salir adelante, de no perderme. Y de aprovechar las cosas buenas que uno tiene", sostiene Carlos.

Le encanta estudiar, y los hechos así lo demuestran: de los cuatro finales que rindió en julio, aprobó todos. "Voy a llegar a viejo y seguir estudiando", se ríe. No sólo le gustan los libros, además es amante de la actuación y de las artes marciales. En el tiempo libre le gusta juntarse con amigos y liderar un grupo religioso de jóvenes que asisten a retiros espirituales.

La encargada del proceso de orientación vocacional explica qué es lo que caracteriza a chicos como Carlos: "Son las ganas de mejorar. Quieren seguir creciendo". Pero nadie mejor que él para dejarlo claro: "La educación es lo que te da conocimiento. Y el conocimiento te da la libertad de elegir para adónde querés seguir. Cuando uno no conoce, está siempre estancado".

La fuerza de la educación
Celeste Avila vive lejos de su casa, con lo mínimo e indispensable. Ella asegura que la educación, que define como "una herramienta de progreso", es el motor que le da fuerzas para seguir adelante.

Tiene 21 años y está cursando tercer año de la carrera de Letras en la Universidad del Comahue de Cipolletti, en Neuquén. Ni el padre ni la madre, dos humildes trabajadores rurales del sur de Río Negro, lograron completar los estudios secundarios. Sin embargo, ella habla sobre los motivos que la llevaron a sumergirse en el mundo universitario y afirma que su familia tuvo gran influencia. "Mis hermanos y yo tenemos el secundario completo y estudiamos una carrera universitaria", se enorgullece.

Descubrió su vocación durante los años de adolescencia. Celeste comenzó a interesarse por la literatura. En el Centro Educativo Integral San Ignacio (CEI), de la Fundación Cruzada Patagónica, escuela que imparte enseñanza secundaria a chicos provenientes, en su mayoría, de comunidades mapuches. En este período, tuvo la oportunidad de cobijarse en la Casa de Alejandra, un albergue cercano a la escuela para jóvenes mujeres que asisten al CEI.

Al egresar del colegio secundario debió escoger un nuevo rumbo. Jugarse por su afición implicó renunciar a muchas cosas. Durante el primer año de la carrera, no tenía dónde vivir. Fue rotando de casa en casa, alojándose en la de distintos amigos de sus padres, quienes generosamente le brindaban un techo y alimento. Como trabajo, en ese momento limpió una vivienda y cuidó a un niño. Hoy está desempleada. "Para trabajar en un comercio tenés que tener disponibilidad horaria, y yo no la tengo", aclara.

Finalmente, consiguió mudarse a una residencia universitaria. El domicilio funciona como un hospedaje que la Facultad facilita a aquellos estudiantes que terminan el nivel medio y quieren continuar el nivel superior. Es requisito indispensable tener cuatro finales aprobados por año como mínimo. Allí convive con dos chicas más del interior. Entre todas se encargan de pagar los impuestos, de mantener el lugar limpio y también en buenas condiciones.

Un mes atrás, recibió una beca provincial de $ 1600 anuales. Si bien está agradecida por la suma, que le alcanza para cubrir los costos de estudio, dice que con $ 130 por mes tiene que hacer malabares para sobrevivir. Sus padres y su hermano también la ayudan. "Este año ha sido muy duro. Nosotros vivimos de la ganadería y se han muerto muchos animales. Pero entre todos nos damos una mano", comenta esperanzada.

Celeste imagina el futuro y piensa que se desempeñará en el área pedagógica: "Considerando como está todo hoy, el trabajo que me espera en el aula es muy duro, pero lo quiero hacer. Me gustaría que la educación tuviera más fuerza. Permitirles a otros chicos que el día de mañana tuvieran una mejor condición laboral y la oportunidad de pensar, de decidir distinto". No se detiene, sigue soñando y confiesa: "Cuando complete la licenciatura en Letras, estudiaré cine".

Convertirse en contador era su sueño, y lo logró. A los 15 años, Sebastián García empezó a trabajar como empleado de un supermercado en Perico, a 35 km de San Salvador de Jujuy. Al terminar el colegio, "me di cuenta de que eso no era lo que quería", dice. Hoy, diez años más tarde, es contador público y se dedica a poner en práctica sus conocimientos en un estudio contable propio.

Finalizó el ciclo secundario, se despidió de sus seres queridos y armó las valijas para vivir en Buenos Aires, junto a una tía, en la Villa 31. Allí ingresó en la Universidad de Buenos Aires para estudiar la carrera de Contador Público. La adaptación fue difícil. "Durante tres años, todos los días, estuve a punto de volver. Pensaba: aguanto una semana más, una semana más. Extrañaba mucho y me refugiaba en los libros", agrega.

En 2003 consiguió la ayuda de Retama, entidad sin fines de lucro que promueve actividades para mejorar la calidad educativa en la comunidad.

La fundación comenzó a operar el Programa Becas Universitarias en 1999, y actualmente apoya a 100 becarios que realizan sus estudios de grado en provincias de nuestro país. Sebastián es uno de los 30 universitarios que han egresado y que, con el título en mano, han logrado insertarse en el mercado laboral.

Para mantenerse económicamente, se las ingeniaba. De vez en cuando trabajaba como mozo o vendía ropa que compraba más barata en Jujuy y traía a Buenos Aires. Las dificultades para continuar con los estudios comenzaron a surgir. "Buscaba becas en Internet y mandaba mis datos a todos lados, pero no tenía suerte", explica. Hasta que un día, cuando se encontraba cursando tercer año de la carrera, su mamá se enteró de la existencia de Retama y le avisó. Entusiasmado, enseguida se puso en contacto con la organización y obtuvo una respuesta positiva.

Recuerda que la fundación siempre estuvo pendiente de él. "Las veces que tuve problemas siempre se preocuparon. Mi papá tiene una enfermedad, es bipolar, algo dificilísimo - confiesa -. Por eso, muchas veces casi abandono todo. Y ellos siempre, con pocas palabras tal vez, pero las justas, me ayudaban muchísimo".

Poco a poco todo fue mejorando. Tiene amigos, pudo mudarse a un pequeño departamento en Caballito y comprar los libros que hoy sigue aprovechando. Mientras estudiaba, daba clases de apoyo a chicos de la Villa 31. Cada becario de Retama debe realizar paralelamente a sus estudios una tarea solidaria asistencial. "Es una forma de devolverle a la sociedad lo que uno recibe", explica Sebastián.

Ya en quinto año, logró emplearse como pasante en una fábrica de juguetes y prescindió de la colaboración de Retama. Llegó un día en el que rindió con éxito su último examen, y así , sintiendo en su corazón la satisfacción del deber cumplido, Sebastián regresó a Perico, su ciudad natal.

Teresa Zolezzi
LA NACIÓN


Contactos

Fundación Retama: secretaria@fundacionretama.org.ar, www.fundacionretama.org.ar

Fundacion Grupo San Felipe: www.gruposanfelipe.org.ar , info@gruposanfelipe.org.ar



 

Volver