Historias
de jóvenes de bajos recursos que con mucho esfuerzo y algo
de ayuda lograron seguir estudiando después del secundario.
Los
jóvenes que pertenecen a un hogar con bajos recursos tienen
una posibilidad tres veces menor de acceder a una carrera
universitaria o terciaria que los jóvenes con mayores
recursos, sostiene Norberto Crovetto, director nacional de
Inversión Pública, en un análisis sobre la educación
superior.
Sin embargo, hay quienes a pesar de las dificultades y
gracias a su esfuerzo personal lograron continuar con sus
estudios después de finalizar la escuela secundaria. En
medio de las adversidades, enfrentan nuevos desafíos y se
animan a más.
Es el caso de Carlos Leguizamón, que oyó una frase y la
grabó para siempre en su memoria: "Vos estudiá, que eso en
un futuro te va a servir. No seas como yo". Eso fue lo que
le dijeron más de una vez en la Villa 31, donde vive
actualmente junto a su madre, su hermana menor y su
padrastro. La Fundación Grupo San Felipe le permitió poner
en práctica este valioso consejo y, a principios de año,
ingresó en la Cruz Roja para convertirse en técnico de
laboratorio.
A los 19 años se define como "observador y curioso". Cuenta
que logró conocer mejor sus habilidades en el test de
orientación vocacional realizado por los voluntarios del
Grupo San Felipe. La fundación trabaja con jóvenes de la
Villa 31 y de Añatuya, Santiago del Estero. Angeles Kennedy,
coordinadora de esta actividad y licenciada en
Psicopedagogía, explica: "Luego de este proceso, se
selecciona a algunos alumnos para otorgarles una beca en
función de su elección vocacional y ocupacional".
Carlos tuvo suerte y fue uno de ellos. Hoy, la beca le
asegura material de estudio, viáticos, comida, gastos
personales y clases de apoyo, e incluye el acompañamiento
personalizado de un tutor para favorecer la adaptación a la
vida universitaria.
"Creo que me abrió camino, porque donde yo estoy, casi todas
las puertas se cierran. La fundación me dio la posibilidad
de salir adelante, de no perderme. Y de aprovechar las cosas
buenas que uno tiene", sostiene Carlos.
Le encanta estudiar, y los hechos así lo demuestran: de los
cuatro finales que rindió en julio, aprobó todos. "Voy a
llegar a viejo y seguir estudiando", se ríe. No sólo le
gustan los libros, además es amante de la actuación y de las
artes marciales. En el tiempo libre le gusta juntarse con
amigos y liderar un grupo religioso de jóvenes que asisten a
retiros espirituales.
La encargada del proceso de orientación vocacional explica
qué es lo que caracteriza a chicos como Carlos: "Son las
ganas de mejorar. Quieren seguir creciendo". Pero nadie
mejor que él para dejarlo claro: "La educación es lo que te
da conocimiento. Y el conocimiento te da la libertad de
elegir para adónde querés seguir. Cuando uno no conoce, está
siempre estancado".
La fuerza de la educación
Celeste Avila vive lejos de su casa, con lo mínimo e
indispensable. Ella asegura que la educación, que define
como "una herramienta de progreso", es el motor que le da
fuerzas para seguir adelante.
Tiene 21 años y está cursando tercer año de la carrera de
Letras en la Universidad del Comahue de Cipolletti, en
Neuquén. Ni el padre ni la madre, dos humildes trabajadores
rurales del sur de Río Negro, lograron completar los
estudios secundarios. Sin embargo, ella habla sobre los
motivos que la llevaron a sumergirse en el mundo
universitario y afirma que su familia tuvo gran influencia.
"Mis hermanos y yo tenemos el secundario completo y
estudiamos una carrera universitaria", se enorgullece.
Descubrió su vocación durante los años de adolescencia.
Celeste comenzó a interesarse por la literatura. En el
Centro Educativo Integral San Ignacio (CEI), de la Fundación
Cruzada Patagónica, escuela que imparte enseñanza secundaria
a chicos provenientes, en su mayoría, de comunidades
mapuches. En este período, tuvo la oportunidad de cobijarse
en la Casa de Alejandra, un albergue cercano a la escuela
para jóvenes mujeres que asisten al CEI.
Al egresar del colegio secundario debió escoger un nuevo
rumbo. Jugarse por su afición implicó renunciar a muchas
cosas. Durante el primer año de la carrera, no tenía dónde
vivir. Fue rotando de casa en casa, alojándose en la de
distintos amigos de sus padres, quienes generosamente le
brindaban un techo y alimento. Como trabajo, en ese momento
limpió una vivienda y cuidó a un niño. Hoy está desempleada.
"Para trabajar en un comercio tenés que tener disponibilidad
horaria, y yo no la tengo", aclara.
Finalmente, consiguió mudarse a una residencia
universitaria. El domicilio funciona como un hospedaje que
la Facultad facilita a aquellos estudiantes que terminan el
nivel medio y quieren continuar el nivel superior. Es
requisito indispensable tener cuatro finales aprobados por
año como mínimo. Allí convive con dos chicas más del
interior. Entre todas se encargan de pagar los impuestos, de
mantener el lugar limpio y también en buenas condiciones.
Un mes atrás, recibió una beca provincial de $ 1600 anuales.
Si bien está agradecida por la suma, que le alcanza para
cubrir los costos de estudio, dice que con $ 130 por mes
tiene que hacer malabares para sobrevivir. Sus padres y su
hermano también la ayudan. "Este año ha sido muy duro.
Nosotros vivimos de la ganadería y se han muerto muchos
animales. Pero entre todos nos damos una mano", comenta
esperanzada.
Celeste imagina el futuro y piensa que se desempeñará en el
área pedagógica: "Considerando como está todo hoy, el
trabajo que me espera en el aula es muy duro, pero lo quiero
hacer. Me gustaría que la educación tuviera más fuerza.
Permitirles a otros chicos que el día de mañana tuvieran una
mejor condición laboral y la oportunidad de pensar, de
decidir distinto". No se detiene, sigue soñando y confiesa:
"Cuando complete la licenciatura en Letras, estudiaré cine".
Convertirse en contador era su sueño, y lo logró. A los 15
años, Sebastián García empezó a trabajar como empleado de un
supermercado en Perico, a 35 km de San Salvador de Jujuy. Al
terminar el colegio, "me di cuenta de que eso no era lo que
quería", dice. Hoy, diez años más tarde, es contador público
y se dedica a poner en práctica sus conocimientos en un
estudio contable propio.
Finalizó el ciclo secundario, se despidió de sus seres
queridos y armó las valijas para vivir en Buenos Aires,
junto a una tía, en la Villa 31. Allí ingresó en la
Universidad de Buenos Aires para estudiar la carrera de
Contador Público. La adaptación fue difícil. "Durante tres
años, todos los días, estuve a punto de volver. Pensaba:
aguanto una semana más, una semana más. Extrañaba mucho y me
refugiaba en los libros", agrega.
En 2003 consiguió la ayuda de Retama, entidad sin fines de
lucro que promueve actividades para mejorar la calidad
educativa en la comunidad.
La fundación comenzó a operar el Programa Becas
Universitarias en 1999, y actualmente apoya a 100 becarios
que realizan sus estudios de grado en provincias de nuestro
país. Sebastián es uno de los 30 universitarios que han
egresado y que, con el título en mano, han logrado
insertarse en el mercado laboral.
Para mantenerse económicamente, se las ingeniaba. De vez en
cuando trabajaba como mozo o vendía ropa que compraba más
barata en Jujuy y traía a Buenos Aires. Las dificultades
para continuar con los estudios comenzaron a surgir.
"Buscaba becas en Internet y mandaba mis datos a todos
lados, pero no tenía suerte", explica. Hasta que un día,
cuando se encontraba cursando tercer año de la carrera, su
mamá se enteró de la existencia de Retama y le avisó.
Entusiasmado, enseguida se puso en contacto con la
organización y obtuvo una respuesta positiva.
Recuerda que la fundación siempre estuvo pendiente de él.
"Las veces que tuve problemas siempre se preocuparon. Mi
papá tiene una enfermedad, es bipolar, algo dificilísimo -
confiesa -. Por eso, muchas veces casi abandono todo. Y
ellos siempre, con pocas palabras tal vez, pero las justas,
me ayudaban muchísimo".
Poco a poco todo fue mejorando. Tiene amigos, pudo mudarse a
un pequeño departamento en Caballito y comprar los libros
que hoy sigue aprovechando. Mientras estudiaba, daba clases
de apoyo a chicos de la Villa 31. Cada becario de Retama
debe realizar paralelamente a sus estudios una tarea
solidaria asistencial. "Es una forma de devolverle a la
sociedad lo que uno recibe", explica Sebastián.
Ya en quinto año, logró emplearse como pasante en una
fábrica de juguetes y prescindió de la colaboración de
Retama. Llegó un día en el que rindió con éxito su último
examen, y así , sintiendo en su corazón la satisfacción del
deber cumplido, Sebastián regresó a Perico, su ciudad natal.
Teresa
Zolezzi
LA NACIÓN
Contactos
Fundación Retama:
secretaria@fundacionretama.org.ar,
www.fundacionretama.org.ar
Fundacion Grupo San Felipe:
www.gruposanfelipe.org.ar ,
info@gruposanfelipe.org.ar
|