La gran repercusión que ha tenido la muerte de Mercedes Sosa
confirma la trascendencia que llegan a adquirir algunos
grandes artistas en la sociedad de la que surgen, en la que
se desarrollan y a la que, sin duda, expresan. En este caso,
la reacción ha sido mundial, por tratarse de una artista
cuya influencia no reconoció fronteras de lenguas ni de
culturas. Su alejamiento físico fue sentido como la pérdida
de un familiar. Y en realidad lo era, porque su voz singular
evoca los sentimientos profundos que nos identifican y nos
ligan como integrantes de la familia humana.
Entre tanto que se dijo y recordó, resultan significativas
unas declaraciones que hace unos años realizó Mercedes Sosa
al periodista Gabriel Plaza. Cuándo éste le preguntó si ella
había elegido el canto o el canto la había elegido a ella,
respondió: "Creo que cantar elige la persona que tiene buena
voz, producto de cuerdas, algunas bellas de nacimiento, en
lo que tienen que ver los padres de uno o la naturaleza. El
canto no es un problema de voz, sino de personalidad. Eso no
tiene nada que ver con las cuerdas, ni con quién te enseñó o
cuándo aprendiste a cantar. Cantar se aprende con la vida
misma. Lo que es difícil decir de uno es que el verdadero
canto surge de los conocimientos que uno tenga del arte en
general". Y se interrogó: "¿Qué es el arte en general?
Pintura, escultura, paisaje, miseria, riqueza, que después
comencé a ver, porque cuando era chica era natural ser
pobre. Y, además, todo eso lo incorporé también a la
garganta cuando comencé a leer, porque la lectura me abrió a
mí los verdaderos caminos de la canción".
De ese párrafo surge con claridad que la trascendencia que
adquiere un artista está indisolublemente ligada a su
formación como persona, a lo que logra ser al cabo del
elaborado proceso de su construcción como tal. Es esa rica
complejidad interior, vinculada con la frecuentación del
arte, la que termina por hacerlo grande, inolvidable. Lo que
le permite alcanzar la profundidad de lo sensible al
descubrirle, como lo señala Mercedes Sosa a propósito de la
influencia de la lectura en su arte, los caminos de la
canción.
El periodista interroga: "¿Todo ese aprendizaje entonces lo
va incorporando inconscientemente a su canto?" Contesta
Mercedes: "Es que la garganta y las cuerdas están dentro de
un cuerpo manejado por un cerebro, y es allí donde se
empiezan a crear cosas mucho más bellas que el sonido de las
cuerdas en sí. Se comienzan a expresar pensamientos,
sentimientos, colores, olores, amarguras, desengaños y
alegrías, lo que experimenta cualquier ser humano que
canta". Es ésta una acertada descripción que puede ser
aplicada a cualquier actividad humana que llega a adquirir
trascendencia. Lo hace cuando en ese quehacer se pone de
manifiesto todo lo que es quien lo lleva a cabo: lo que ha
visto, oído, olido, pensado, el arte que ha frecuentado, las
alegrías y pesares que ha experimentado. En fin, todo lo que
ha vivido. En cada uno de sus actos, la persona demuestra lo
que es. Por eso la educación no debería abandonar su función
de abrir a los niños y jóvenes las puertas hacia las más
variadas experiencias posibles, facilitando, sobre todo, su
frecuentación de lo mejor que ha logrado concretar el ser
humano. Es ese el modo de garantizar que cualquier tarea que
emprendan -cantar, construir un edificio, hacer política,
atender a quien sufre; en fin, toda actividad- se recubra
del enriquecedor manto que le proporciona la experiencia
acumulada de lo humano, que es la cultura.
El compartir vivencias comunes define a la familia, y por
eso, cuando nos deja un gran artista, un creador que llega a
rozarlas, tiene asegurada su permanencia en el álbum
familiar. Su arte seguirá vivo, precisamente, por haber
logrado alcanzar esas profundidades de lo humano. Como diría
Mercedes Sosa, porque lo que se canta es la vida misma.
revista@lanacion.com.ar
El autor es educador y ensayista
Por
Guillermo Jaim Etcheverry
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